Recuerdo con cariño la primera clase de Histología de 1º de carrera. El Dr. Campos, tan solemne y elocuente, nos contaba como fuera cual fuera la especialidad que eligiésemos, siempre debíamos recordar dos axiomas fundamentales, que nos servirían para el resto de nuestra vida:
El primero de todos, decía, es que «lo más frecuente es siempre lo más frecuente”. Esto que parece algo evidente, tenía mucho sentido. Una generación que coincide con series como el Dr. House en la televisión, y que está aprendiendo toda clase de enfermedades raras y listas y listas de síntomas, puede perder la perspectiva en el espesor del bosque, y olvidar que, al fin y al cabo, si aparece un temblor en un paciente al que acabamos de comenzar a dar un antidepresivo, lo más probable es que ese temblor sea un efecto secundario al fármaco (lo más frecuente), y no una enfermedad de Huntington (enfermedad genética hereditaria y rara). ¿Podría ser un Huntington? Podría, el Huntington también puede cursar con temblor, pero es mucho más improbable (especialmente sin antecedentes familiares u otros síntomas asociados).
El segundo axioma era que “sólo se diagnostica lo que se conoce”. Con esta segunda obviedad el Dr. Campos quería alentarnos a seguir estudiando durante toda la vida, y no solamente para aprobar los exámenes de la carrera. Mantenerse actualizado en un campo como la Medicina es fundamental. Y no hacerlo no es sólo malo para el currículum, sino para los pacientes. No es ético, y no debería ser admisible. Así por ejemplo, si no sé qué es el anillo de Káiser-Fleischer (un anillo marrón que aparece en el borde del iris del ojo por depósito de cobre), difícilmente voy a poder pensar en la enfermedad de Wilson al mirar al paciente a los ojos, y difícilmente voy a pedir las pruebas pertinentes para poder diagnosticarlo y tratarlo.
Esto no es solo aplicable a la medicina, sino a muchas otras profesiones.]