La población mundial está envejeciendo, en especial en los países industrializados.

Según la Organización Mundial de la Salud, en el año 2050 la proporción de personas mayores de 60 años se habrá duplicado. Esto puede explicarse porque  por un lado vivimos más años, y por otro se tienen menos hijos. Como es de esperar, este hecho supone una serie de consecuencias importantes a muchos niveles (social, económico, y también sanitario).

Así pues, dada la importancia cada vez mayor de este sector de la población, quisiera dedicarles unas palabras desde el punto de vista de la Salud Mental.

Se estima que al menos un 20% de los mayores de 60 años sufren de algún tipo de trastorno mental o neurológico. Como ejemplos más significativos, tenemos la depresión y la demencia.

Muchos pacientes con depresión de inicio tardío (es decir, a edad avanzada) y que NO presentan deterioro cognitivo, acaban padeciendo una demencia al cabo de tres años según un conocido estudio de 1985. ¿Qué sucede? ¿Realmente la depresión en el anciano supone un factor de riesgo para desarrollar demencia? ¿O se trata quizás de que a menudo la demencia comienza de forma sibilina, lenta y progresiva, y comparte muchos síntomas que también están presentes en la depresión del anciano? Podría ser un poco de ambas cosas.

Sucede por ejemplo que muchos enfermos de Alzheimer están deprimidos, especialmente al inicio de la enfermedad. Al mismo tiempo, una persona con un Alzheimer avanzado, no es capaz de expresar bien cómo se siente, y puede estar deprimido, aunque no seamos capaces de detectarlo, u otras alteraciones sean mucho más disruptivas y llamen más nuestra atención.

Síntomas que aparecen tanto en depresión como en  Alzheimer serían por ejemplo la afectación de la memoria, de la concentración, el retraimiento social, los cambios en los hábitos del sueño (dormir en exceso, o dormir poco, o a deshora),  y la pérdida de interés por actividades que antes resultaban placenteras. Entonces, ¿cómo podemos distinguirlos? En ocasiones es complicado.

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Típicamente, se dice que el enfermo con demencia es menos consciente de sus problemas de memoria, etc. y suele ser la familia quien trae al paciente a consulta, mientras que cuando se trata de una depresión, es el propio paciente el que acude con quejas subjetivas de fallos de memoria o concentración. Eso podría ser una pista útil en la práctica clínica, aunque no definitiva. Las pruebas de imagen (TAC cerebral, resonancia…) tampoco son concluyentes, especialmente al inicio de una demencia, por lo que son de poca ayuda en este punto. Será por tanto la clínica (los signos y síntomas), y un seguimiento estrecho, lo que nos ayude más con el diagnóstico al principio.

No cabe duda por tanto de que la depresión es muy prevalente en las demencias, aunque la relación entre ambas no esté totalmente aclarada: la depresión podría ser un factor de riesgo de demencia.

Sea como fuere, es fundamental tratar la depresión en las demencias para mejorar la funcionalidad y la cognición de los pacientes que la sufren.

Aquí nos topamos con un nuevo factor a tener en cuenta a la hora de tratar a estos pacientes: por lo general, las personas con demencia suelen tener una edad avanzada, así como otras enfermedades y tratamientos asociados. Es vital tener esto en cuenta a la hora de elegir el tratamiento adecuado para nuestros pacientes deprimidos con demencia: deberíamos elegir fármacos cuyo perfil de interacciones con otros tratamientos sea menor, tener también en cuenta el perfil de efectos secundarios para que la persona lo tolere bien, y por último pero no menos importante, que no vayan a empeorar la cognición de los pacientes. Pero, ¿y si en vez de empeorar, conseguimos incluso favorecer esa cognición?

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En los últimos años han ido saliendo al mercado nuevos antidepresivos con perfiles favorables a nivel cognitivo. Como ejemplos debo señalar la tianeptina (Zinosal), la agomelatina (Valdoxan o Thymanax) y la vortioxetina (Brintellix). El hecho de que estos fármacos aparezcan en la última guía de buena práctica clínica en geriatría como buenas opciones para el anciano no es casual, y precisamente tiene que ver con que cumplen con esos tres pilares a tener en cuenta a la hora de tratar la depresión en el anciano, además de su eficacia antidepresiva: tienen un buen perfil cognitivo, un buen perfil de efectos secundarios (son generalmente bien tolerados en el anciano), y tienen un buen perfil de interacciones (para que no haya problema con que estén tomando otros tipos de tratamientos para otras enfermedades presentes).

El próximo día os contaré las propiedades de Tianeptina, un antidepresivo con un mecanismo de acción distinto, con ventajas interesantes frente a otros tratamientos.

Que paséis buen domingo, ¡y cuidad de vuestros mayores!

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